El Cerebro es una quisicosa

El cerebro es una quisicosa

Por Eduardo Andere M.

Somos nuestro cerebro, es el título de un libro recientemente publicado por el neurobiólogo D.F. Swaab, y nada es más cierto que eso.

El cerebro es un enigma que lentamente sucumbe ante los ineluctables avances de la ciencia. En el nombre de la ciencia se descubre la naturaleza del hombre. No somos más que alrededor de cien mil millones de células cerebrales y unos cuantos trillones de comunicaciones entre ellas. Cada neurona es capaz de conectarse con alrededor de 10 mil neuronas. Lo que comúnmente llamamos ser humano en realidad es un sistema encefálico-nervioso disfrazado de ser humano; y lo que normalmente llamamos consciencia o conciencia (prefiero usar la primera forma para sacudirla de connotaciones morales) no es otra cosa que el funcionamiento del tercer cerebro, el racional, el más desarrollado de los tres órganos evolucionados que componen nuestra masa encefálica: el reptiliano , límbico y neocortical.

De hecho mi capacidad de escribir estas líneas, como las tuyas de leerlas y sobre todo la consciencia de escribirlas y leerlas, demuestran el trabajo de este exquisito y todavía, pero no por mucho tiempo más, misterioso órgano nervioso.

Antes de las últimas dos o tres décadas solamente teníamos idea del funcionamiento del cerebro derivado del estudio en cerebros de animales (ratones, chimpancés) y cerebros humanos dañados, como el famosísimo caso de Phineas P. Gage un estadounidense quien en 1848 sufrió un terrible accidente de trabajo cuando una barra de metal atravesó su cráneo entrando por la mejilla y saliendo por la parte frontal de la corteza cerebral. Phineas increíblemente sobrevivió al accidente pero su temperamento y comportamiento cambiaron de forma radical, lo que permitió a los científicos de la época iniciar una nueva era en el estudio del cerebro humano.

Otro ejemplo análogo, pero con daño cerebro-mental, cien años después, es el dramático caso de una niña criada en condiciones ferales. Genie, como se le conoce, nació en California, Estados Unidos, en 1957, y fue criada en condiciones inhumanas por dos padres abusivos y enfermos. Genie estuvo en aislamiento total desde su nacimiento hasta cumplir 13 años y la mayor parte del tiempo permaneció atada a una silla o amarrada a una cuna. Existen registros que indican que su padre y hermano mayor se dirigían a ella ladrándole. Un desafortunado evento humano permitió a la comunidad científica, no sin críticas severas, analizar los impactos en el aprendizaje humano entre los genes y el ambiente.

Pero el conocimiento profundo del cerebro apenas empezó hace un par de décadas con el advenimiento de las nuevas tecnologías no invasivas de estudio, dentro de las cuales destacan las imágenes de resonancia magnética (MRI, por sus siglas en inglés) incluyendo las funcionales (fMRI), los electroencefalogramas computarizados (EEG), las tomografías por emisión de positrones (PET) y la optogenética. Estas tecnologías pueden literalmente “leer” hasta los pensamientos.

Aún más, existen incipientes desarrollos tecnológicos con implantes cerebrales conocidos como interfaz cerebro-computadora (BCI) invasivos y no invasivos que captan y digitalizan las señales del cerebro. Por ejemplo, estos interfaces son capaces de detectar la actividad ocasionada por un pensamiento específico donde una computadora programada interpreta y traduce dicho pensamiento (señal) en un efecto físico visible a simple vista (activar una máquina, mover un brazo). Así, la ciencia persigue la esencia del hombre: el pensamiento no es producto del alma o del espíritu; es algo físico y, por tanto, medible.

Este es el futuro. Suena a ciencia ficción y quizá no lo veamos en actividad comercializada y democratizada sino dentro de 60 o 70 años, que fue el tiempo que transcurrió entre la primera computadora Konrad Z3 en 1941 y el iPhone en 2007, pero que transformará todo, desde la medicina, hasta la educación, la religión, la psicología y la filosofía del ser humano. Y el futuro es de quienes lo ven primero.

Pero ver el futuro no es algo aleatorio. ¿Quiénes ven el futuro? Quienes tienen más conocimiento y creatividad: dos capacidades cognitivas conectadas con otras secciones del cerebro que otrora se pensaban solamente emocionales o automáticas. El cerebro funciona como partes y como todo; focalizado e interconectado a la vez. Bien, ven mejor el futuro quienes invierten tiempo y esfuerzo en el aprendizaje, la investigación, la ciencia, la tecnología y su aplicación.

No sorprende entonces que el año pasado, tanto el Presidente Obama, como la Unión Europea hayan lanzado multimillonarios esfuerzos para mapear el cerebro humano, algo así como el impresionante proyecto del genoma humano, iniciado en 1990 y concluido en 2003.

 

A través de ingeniería inversa y mapeos, el objeto visible de las iniciativas es descubrir formas de tratar enfermedades neurológicas y psiquiátricas. Pero como sucede en la historia de la ciencia un camino abre muchos otros, y hallazgos no buscados se descubren por casualidad pero no por suerte, sino por serendipia.

Los impresionantes avances de la neurología, nanociencia, imagenología, inteligencia artificial, genética y computación abren nuevas avenidas para un futuro humano que apenas si vislumbramos, mucho más dramático e impactante que el futuro de nuestros antepasados.

Ahora el mundo es diferente, y la ciencia empieza a devanar la madeja del intrincado y complejísimo cerebro humano. La recompensa humana, económica y ambiental del desarrollo de tecnologías limpias, es impresionante, invaluable e inconmensurable. Este es el valor de invertir en la ciencia. En México tenemos un grupo extraordinario de científicos, pero muy pequeño. El 0.30 % o 0.40 % del PIB que históricamente México ha invertido en investigación y desarrollo es extremadamente bajo, inclusive si se eleva al doble o triple. Durante toda la década pasada México fue el país con la menor inversión en este rubro entre los miembros de la OCDE. En la segunda década de este siglo seguimos siendo el más bajo, unidos con Chile, que se incorporó a la OCDE en 2010.

Los recursos son escasos. Bueno, no tan escasos. Si hay dinero para obsequiar millones de computadoras, pizarrones electrónicos y tabletas cuya utilidad para el aprendizaje está científicamente cuestionada, entonces los 20 mil millones de pesos que costó Enciclomedia hace 10 años, bien podrían haberse utilizado para el desarrollo de ciencia y tecnología. Y ¿en qué invertir? No en las prioridades del gobierno, sino en la excelencia científica aunque parezca irrelevante. Uno nunca sabe.

 

Nota: Una versión resumida de este “post” se publicó en Reforma el 4 de junio, 2014.

El Autor es profesor investigador visitante de la Universidad de Nueva York. http://eduardoandere.net

2 respuestas a “El Cerebro es una quisicosa”

  1. Dr. muchas gracias por compartir sus investigaciones, realmente envidio a las personas de Toluca que lo tendrán en el congreso el 3 de Octubre, cuando podrá venir a Mazatlán?
    Sobre el artículo del cerebro pienso que el cerebro es un portal para un futuro ilimitado y que definitivamente debemos usarlo y no permitir que él nos use. Dr.;disculpe mi ignorancia no encuentro el término serendipia, saludos cordiales.

    1. Mercedes, gracias por comentar. Serendipia es un anglicismo de «serendipity».

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