En la era de la medición podemos cuantificar muchas cosas como cuántos automóviles hay en circulación y de esos cuántos son rojos y cuántos blancos y porqué la diferencia. También podemos cuantificar cuántos alumnos respondieron a la pregunta «¿2+2= ?». Sin embargo, y por fortuna, no podemos cuantiticar todo. Refraseando a la profesora Diane Ravitch de la Universidad de Nueva York, todos estamos de acuerdo con que el carácter y el temperamento son importantes para el éxito en la escuela, sin embargo no podemos medirlos y menos compararlos. Tampoco podemos medir virtudes convertidos en rasgos como el amor, la bondad, la empatía y la entrega; y todos ellos son cruciales para una vida plena. En la era de la medición los políticos y empresarios tratan de presionar a las escuelas y sus maestros para tener mejores educandos y los hacen responsables de cosas que con certeza no podemos medir y menos controlar. En lugar de gastar tiempo, dinero y capital político en tratar de medir lo que no es medible podrían utilizar ese dinero, tiempo y capital político para hacer algo muy sencillo: asegurar más espacios para que los niños y jóvenes puedan jugar más y expresarse mejor con el arte. Estos niños serán mejores matemáticos, escritores, padres de familia y ciudadanos. El día que cuantifiquemos todo, la poesía y el arte habrán muerto; y las sensaciones de asombro y plenitud propias del ser humano ante un atardecer, un amanecer, una sonrisa espontánea, un acto bondadoso habrán desaparecido. En otras palabras dejaremos de ser humanos.
De esto y más en mi próximo libro sobre el aprendizaje en escuelas de clase mundial que se publicará por la editorial Pearson dentro de tres semanas.
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