Ciudad de Nueva York. Me encanta cuando Nueva York regresa a los hábitos de la normalidad. Las calles son transitables, la basura excesiva empieza a disminuir. El espíritu de las fiestas se desvanece y entra una especie de calma, como cuando uno despierta en casa después de una fiesta estruendosa.



Los cientos de miles de turistas que abarrotaron las calles y vinieron detrás de la nieve, se llevaron agua y sol, para un invierno inusualmente caliente lleno de luz y clima templado como si fuera primavera.
Ya metidos en la cotidianidad, nosotros y nuestros cerebros regresamos a las ansiedades habituales. Todos, chicos y grandes, pobres y ricos, empleados o desempleados, tarde o temprano sentimos y vivimos ansiedad. No es agradable, pero viene en el paquete humano.

¿Cómo superar la ansiedad derivada de presiones del trabajo, decepciones de amor, carencias económicas, ajetreo de la vida, miedos reales y virtuales?
La ansiedad, a diferencia del miedo, es producto de lucubración mental: ¿Qué pasaría si temblara, si no consigo el aumento, si no cumplo la meta, si no gano las elecciones, si no me ama lo suficiente, si no llego a tiempo, si tengo un accidente, si me despiden, si me aburro, si no bajo de peso, si no sé qué hacer? Nada de eso es real, son puras lucubraciones de la mente, y la mayoría con origen inconsciente. ¿Qué es real? Lo que hacemos a diario. Los hábitos.
La capacidad de hacer cosas y no hacerlas, de pensar, criticar, imaginar y crear tiene origen en el cerebro. El cerebro, por paquete genético, a través de billones de células neuronales y gliales que forman trillones de conexiones, tiene la capacidad de aprender a leer, escribir, numerar y crear, pero para que esa capacidad se convierta en habilidad, es decir, leer, escribir, numerar, crear, uno tiene que aprender. El aprendizaje de las habilidades es producto de esos trillones de patrones y redes neuronales, algo así como la sociabilidad del cerebro. Esas redes nacen y se consolidan con los hábitos. Los hábitos son la forma física en que la mente expresa el funcionamiento del cerebro.
Mientras la ciencia no pueda descifrar la forma en la que las neuronas convierten un insumo de información, digamos, las letras v, i, d, a, en un concepto significante “vida”, lo que tenemos para entender y manipular al cerebro son los hábitos. Crear hábitos es más fácil que cambiarlos, pero la ciencia de los hábitos nos sugiere cómo hacerlo. ¿Cómo? Con perseverancia, más que voluntad. ¿Por qué? Porque, así como los hábitos actuales son expresiones de vivencias, experiencias y aprendizajes anteriores acumulados en el cerebro, las nuevas acciones, una vez incrustadas en el cerebro como hábitos, rebobinan el cerebro para acciones diferentes. Por ejemplo, meditar en lugar de enjuiciar, hacer deporte en lugar de fumar, comer sano en lugar de comer chatarra y promover acciones que generan endorfinas como actos de bondad, amabilidad, empatía y sonrisas.
Los científicos y filósofos de la voluntad debaten si el ser humano realmente tiene voluntad o libre albedrío o si somos presa del cerebro. Con la ayuda de la tecnología de imagen, los neurólogos pueden observar actividad neuronal milésimas de segundos antes de que la persona conscientemente decida algo o accione algo. Por ejemplo, antes de que decidamos comer una hamburguesa, dar un beso, emitir un voto, leer un libro, o ver la tele las imágenes del cerebro muestran actividad neuronal. El cerebro y no “nosotros” decide por nosotros. Para efectos reales, el cerebro decide con base en los hábitos y los hábitos se crean en la cultura del hogar y luego en la escuela, calle, oficina y cotidianidad.
Entonces, si mi vida está secuestrada por mis ansiedades y mis ansiedades por mis hábitos, mi única herramienta es cambiar mis hábitos.
Yo dejé desde hace años el hábito de ver la tele, y durante mis cursos y conferencias he desafiado a los asistentes a buscar un cambio similar. Recientemente me di cuenta que cambié ese hábito por el hábito de usar el teléfono, principalmente para chat y redes sociales. El teléfono inteligente es una fuente constante e inconsciente de ansiedad. Está diseñado, junto con sus aplicaciones, para detonar impulsos genéticos de ansiedad. Cada alerta, sonido, vibración o centelleo, es en realidad la reminiscencia de millones de años de evolución para estar alertas ante posibles cambios en mi entorno porque un ruido, movimiento o destello podría ser un depredador.
El teléfono es el depredador moderno que activa a la amígdala de la misma manera que un tigre, un oso, una víbora u otro chimpancé (o la amenaza de ellos) amedrentaba a nuestros ancestros (y a nosotros también). Lo que sucede en el teléfono no es real, pero parece real y el cerebro a través de la mente igual se angustia. Esto lo saben los dueños de los medios y diseñadores tanto de artilugios como de aplicaciones. El icono «me gusta» fue creado precisamente para dotar de dopamina a las personas y tenerlas adheridas a las pantallas y así poderlas infestar con publicidad infinita y al mismo tiempo seguirlas con precisión inequívoca para hacerlas objeto de nuevas campañas y propaganda. Y eso lo hacen a sabiendas y a las espaldas del consumidor.
Por otra parte, las redes sociales (mis “miles de nuevos amigos” digitales) son simulación de realidad, pero no son realidad; las conversaciones digitales no son reales, engañan al cerebro, quien sin saber de lo que se trata piensa que es real, pero cuando el cerebro se da cuenta que el pastel de chocolate no puede realmente comerse se decepciona. ¿Cuál es su respuesta? Depresión, angustia, desolación, ansiedad. Entonces el uso indiscriminado del teléfono como el de otras pantallas interactivas son fuente de innecesaria ansiedad.

Mi vida crecía en ansiedad y no era por la tele, el trabajo o el amor. Era por estar atrapado en hábitos incorrectos. Entonces decidí hacer un experimento. Cortar de tajo el entorno virtual interactivo. Desconectar de mi aparato todas las alertas y redes, y solo utilizarlo como tumba-burros, teléfono regular o guía-roji (mapas). Ipso facto gran parte de mis ansiedades se esfumaron.
Las horas de chat fueron sustituidas por horas de lectura, escritura, sueño o ejercicio; lo “que pasa si eso pasa” fue sustituido por “no pasa nada” porque no hay depredadores. La sensación de desolación fue sustituida por un sentimiento de realización. Esto sucede con el “poder del hábito”. Pruébalo. Decide cambiar alguno de tus hábitos. Llevará tiempo consolidarlo, pero el beneficio empieza en el momento de la decisión. El sabor de boca es fenomenal. Si tienes el hábito de ver tele, no la veas; de fumar, no fumes, de criticar, no critiques; de enojarte, no te enojes. Si chateas o haces amigos virtuales, indiscriminadamente, no lo hagas. ¿Cómo? Decide cambiar. Cambia. Haz un plan. Ejecútalo. Si caes, revísalo. Empieza de nuevo. Si caes, revísalo. Empieza de nuevo. Y así.
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