Nueva York. Noviembre 7, 2018. Vivimos épocas de cambios y contrastes. También vivimos épocas de derrumbes de mitos. Hace apenas un par de décadas los sistemas educativos en el mundo se reformaban para enseñarles a los niños las habilidades para vivir en un mundo más global, abierto, democrático y competido.
Tengo en mis manos un libro de 2002 de una prestigiada académica, Nelly Stromquist, titulado: “Educación en un mundo globalizado”. En las conclusiones la profesora dice: “El concepto de ciudadanía está siendo redefinido, de facto, por los altos niveles de migración y por una cultura de globalización (…). Los educadores (…) se enfrentan con pesadas responsabilidades en la era de la globalización.”
Hoy en día, con la caída de las democracias en el mundo (solo 4.9% de la población mundial vive en democracias completas); el aumento de gobiernos autoritarios (la tercera parte de la población mundial vive bajo autoritarismo); con el nuevo proteccionismo, liderado por Brexit y Trump, y la monumental guerra de tarifas entre Estados Unidos y China; con la significativa reducción en la tasa de aceptación de migración de países ricos, al pasar de 3.1 millones de migrantes en 2010 a 2 millones en 2015, y con el aumento de gobiernos nacionalistas o ultranacionalistas, populistas o conservadores, y la entronización en el seno de la ONU, por parte de Trump, supuesto “líder del mundo libre”, de jerarcas totalitarios, se pinta un panorama poco promisorio en el corto plazo para la humanidad.
Para los nuevos líderes emergentes que pregonan políticas nacionalistas y proteccionistas, contrarias a las fuerzas del mercado, y al interés común, su arma de popularidad ha sido la creciente, persistente y percibida desigualdad entre los pocos muy ricos y los muchos muy pobres que ha dejado la renovada Pax Americana a partir del deshielo de la Guerra Fría, 1990. En estas condiciones, para estos líderes es muy fácil echarles la culpa a los extranjeros de todos lo males internos, o a la corrupción de todas las desgracias de la población.
Sin embargo, ni los extranjeros ni la corrupción son los peores enemigos de la nueva era proteccionista. El verdadero enemigo es la ineficiencia o “corrupción cínica” detrás de la posvoz popular.
En muchos casos de las decisiones gubernamentales no hay ilegalidad o corrupción, pero sí ineficiencia o despilfarro. A veces los costos de la ineficiencia o despilfarro pueden ser superiores a los de la ilegalidad o corrupción. No existe un delito que tipifique la ineficiencia.
En las democracias simuladas, como la estadounidense, la mexicana, la británica o la brasileña donde los líderes no ganan en una justa de ideas razonadas y fundamentadas en los hechos sino con base en posverdades (distorsión deliberada de una realidad con el fin de influir en la opinión pública) el peligro es que en los plazos mediano y largo el daño sea generalizado sobre todo para quienes apoyaron (posvoz) la idea oculta detrás de la posverdad.
Se requiere de líderes profundamente auténticos y éticos, antes conocidos como estadistas, que sean capaces de analizar la verdad o la realidad detrás de una auto-imagen narcisista alimentada por la “posvoz” populista (idea de que la voz populista, por ser mayoritaria, es verdadera o correcta).
El martes pasado en un día lluvioso, nublado, y propicio para el boleto republicano (porque la gente sale a votar menos en días lluviosos y entre menos votantes el resultado se carga más hacia el partido del elefante) se llevaron a cabo las elecciones de medio término. Tal y como se esperaba, los republicaron ganaron y aumentaron la mayoría en el Senado pero la perdieron en la Cámara Baja. Esto implica, por lo menos para dos años, un gobierno dividido. Lo cual es bueno, en este caso, para todos.
Trump ha demostrado una impresionante capacidad de comunicación a través de Twitter y lo seguirá haciendo con posverdades. Lo que ha resultado en una sociedad dividida y segregada, con posiciones extremas que buscan grandeza en el proteccionismo, y odio a todo lo que es diferente; lo que no es “americano”. Trump, como otros líderes de este nuevo siglo, confunden el significado del ciudadano decente, en el mejor sentido aristotélico. No es la condición de estadounidense, mexicano, británico o brasileño lo que hace al buen ciudadano; si la condición de buen ciudadano lo que hace al buen estadounidense o mexicano.
Así como debemos re-pensar los beneficios de la transparencia en contraste con los costos económicos de la ineficiencia, debemos re-pensar los beneficios de la democracia en contraste con los costos de la posverdad y la posvoz. La posverdad es al líder como la posvoz es a los seguidores.
Si queremos un futuro iluminado para nuestros hijos, necesitamos más integración y menos polarización; necesitamos más verdad y menos simulación; más transparencia y sobretodo más eficiencia. Un líder auténtico debe, por supuesto, pensar en los costos de la corrupción, pero también de la ineficiencia.
